Solo
tengo un deseo esta noche. Quiero sentir tu presencia en la oscuridad, ver tus
ojos dando paz a mi vida, volver a tener ese instante en donde la nada se
vuelve todo porque estás ahí.
El
miedo es cada vez más fuerte, no sé qué veré en esta ocasión, pero abro los
ojos lentamente. Estoy frente a ella. Al parecer está amaneciendo. Lleva puesto
un vestido suave, color esmeralda, que va perfectamente en su cuerpo, su
cabello rubio brilla en contraste con los rayos matutinos del sol, y sus pies
están sin protección. Descalza, sus dedos se hunden en la cálida arena
grisácea, su piel dorada la hace lucir aún más hermosa y radiante.
La
observo de frente y clavo mi mirada en su rostro. Sigue teniendo la piel
hidratada, sus ojos grandes se fijan en dirección al mar traspasando mi
presencia. No sé si esto es un sueño o es real, en realidad en este instante me
da igual. Puedo observarla, sentirla. Su mirada penetra el infinito mar
mientras se pierde en la lejanía y en su rostro resbala lágrimas que se esfuma
entre sus labios. Levanto mis brazos para abrazarla pero solo descubro que es
un sueño. No la puedo tocar. Flexiona sus piernas y se sienta en la arena, no
le importa ensuciar su vestido de finas telas. Yo me dispongo a observarla.
Desde
que le conté la historia de la tradición entre Alfredo, mi madre y yo, la playa
se convirtió en el lugar a donde solíamos venir todas las mañanas a ver el
amanecer, a sentir el aire entre nuestra piel abrazando la libertad.
Los
gritos detrás de las enormes rocas me hizo reaccionar entre el sueño de la
hipnosis que me había hecho entrar sus ojos. Diana asustada gira la cabeza
hacia las rocas que dividen la playa. Los gritos son aterradores, en una lengua
que al parecer ella no conoce, pero yo sí. Y no tan solo la lengua que se
escucha, tan bien reconozco la voz, mi voz.
Diana
toma su arco y las flechas, guarda entre sus mangas una daga y se acerca a las
rocas a gran velocidad. Yo empiezo a correr atrás de ella, queriendo detenerla
y llevarla a un lugar seguro pero es imposible. Observamos lo que está
sucediendo, ella se esconde entre algunas rocas y yo me paro sobre ellas, a mí
nadie me ve. Hay personas bajando amarradas una de otras de un enorme barco
negro y llevan la cabeza cubierta por unos trapos. Alrededor de ellas, hay el
triple de la armería real vigilando y azotando a un par de personas esclavas
que se oponen a caminar.
El
espacio que hay entre el barco negro y las rocas a donde estamos Diana y yo, es
mínima. Los gritos nuevamente logran capturar nuestra atención y fijamos la
mirada hacia el barco Entre los prisioneros que aún están arriba del barco, hay
una mujer resistiéndose a bajar. Ella, es la única que trae la cabeza
descubierta. Un hombre de la armería que la lleva por los brazos, empieza a subirle
el vestido y desliza sus manos por las piernas mientras sujeta con la otra mano
su rostro e intenta besarla. Un joven prisionero trata de defenderla y con su
cuerpo empuja al hombre y este cae. Ambos inician una pelea fugaz pero el joven
con sus manos atadas no logra defenderse y cae golpeado a lado de la joven. El
guardia desenfunda su espada, y la joven mujer al ver el movimiento se lanza
sobre el muchacho herido, protegiéndolo con su propia vida. Cierra los ojos
para no ver sus últimos segundos.
El
guardia cae y su espada resuena a su lado, llevando entre su cuello una flecha
ensartada. El capitán del barco al ver a su hombre muerto, levanta su espada y
la armería ya apunta hacia dos lugares: Hacia la joven prisionera y hacia las
rocas.
Dirijo
mi mirada hacia mi izquierda y veo a Diana parada sobre las rocas, mueve la
cabeza lentamente de un lado a otro mientras se encuentra erguida con la mirada
fija y los brazos aun apuntando hacia el barco.
Ya
la luz del sol quiere entrar en la habitación y despierto agitada y
sorprendida. Hasta ahora descubro quien salvo mi vida ese día. Yo era esa
joven. Diana siempre ha estado ahí y aun no entiendo porque hasta hoy me lo
revela. Me levanto de la cama y camino hacia la ventana, me detengo para ver el
amanecer y en la lejanía veo un cuerpo sumergirse entre el mar, un cuerpo
dorado, bañado por los primeros rayos del sol, radiante como las estrellas en
el firmamento, es ella y entre ese canto de destellos, se pierde.
Richie
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