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La mujer de mi vida


Seguramente  han escuchado la historia de la joven que se embaraza y cuando se lo confiesa al padre del niño, desaparece. Pues bien, algo así es mi historia,  lo que aún no sabía era que este bebe cambiaría la forma que veía la vida.

Habían pasado siete días desde mi fecha regular para empezar el proceso biológico de sangrado de una mujer, pero algo no estaba bien, este no había llegado como todos los meses anteriores desde que tengo doce años. Recuerdo que mi mamá decía que era demasiado joven para empezar a menstruar pero mi naturaleza se había adelantado antes que  a otras niñas.

Mi desesperación no había comenzado aún, le adjudicaba el hecho al estrés del trabajo y de la universidad, hasta que Susana mencionó la palabra embarazo y de pronto  mi temor se disparó.  Corrí a la farmacia por una prueba y aterradora fue mi sorpresa al salir positivo. Esa noche les llame a Richard y Susana para que por la mañana me acompañaran a hacerme la prueba de sangre. Al día siguiente estábamos con los resultados afuera de la catedral. Durante la hora que dura el proceso de verificación, fuimos los tres a la misa aunque ni siquiera eso  alteraría lo que ya estaba en proceso. El sobre lo abrió Susana, pero no fue necesario que dijera algo porque  empezó a llorar descontroladamente. Solo baje el rostro y Richard me abrazó. Todo parecía un acto fúnebre, mis amigos  estaban más desconsolados que yo y eso me dio fuerzas para avanzar. Era algo irónico verlos así y yo impasible, sin gestos.

Lo difícil vino después. Pensé durante dos semanas la forma en que mis padres se enterarían, pero esos planes quedaron quemados cuando mi madre encontró el sobre con los resultados en mi habitación.

Mi padre y ella estaban sentados en el sofá esperándome, mi hermano mayor parado en las escaleras como un guardia listo para impedir mi camino si intentaba escapar en una persecución de acción. Desde que entre a casa supe que algo pasaba  y efectivamente, mi padre fue el primero en hablar. Recuerdo sus palabras cuando me preguntó por el padre del bebe, mi expresión fue tan natural y mis lágrimas empezaron a mojar mi rostro. No fue necesario decir más, mi padre y madre se llevaron las manos a la cara moviendo la cabeza de un lado a otro en reprobación. Aunque no eran muy allegados a la iglesia, lo que realmente le importaba a ellos era el chisme que se armaría entre amigos y familiares. La idea de ser madre soltera a mí no me atemorizaba, pero al parecer a mis padres era la peor desgracia del mundo.

No entendí exactamente todo lo que me decían, solo repasaba en mi cabeza los gastos extras que tendría que hacer si ellos me echaban de la casa. Mi primera opción fue ir a casa de Susana y la segunda a casa de Richard, si todo salía mal y sus padres no me aceptaban ya estaba pensando en cuál de todas las avenidas me quedaría. Estaba casi segura que debajo del puente por el que pasaba rumbo a la escuela se encontraba sin habitantes.

Mi mirada seguía perdida y mis pensamientos tratando de resolver el dilema de la vivienda, lentamente empecé a escuchar los gritos de mi papá llamándome, él estaba en la puerta de la casa con su sombrero puesto. Mi madre me tomó del brazo, me levantó y empezamos a caminar hacia mi papá. Salimos de la casa, nos subimos al coche y me preguntaron la dirección del hombre que me hizo al niño. El vivía en un departamento, o al menos hasta hace una semana. En realidad no fue sorpresa para mi toparme a un señor alto, bigotudo y con la panza llena de pelos en ese lugar. Mi padre me quedó viendo y mi madre asustada me pregunto si él era el padre. . No pude evitar lanzar un gesto de sonrisa y mis ojos dieron tres vueltas, obviamente no era él. Hace una semana yo lo había buscado y rechazó cualquier responsabilidad, ahora  había abandonado el edificio.

Estaba sola y tenía que dejar la universidad para ahorrar lo suficiente. Ya había decidido tenerlo. Aunque no conocía muy bien al hombre con el que estuve, empezaba a sentir en ese entonces algo agradable por él, y a pesar de eso, mi decisión de tener al bebe se debía al hecho de hacerme responsable de mis actos. No lo pensé dos veces en alejarme de la mesa mientras cenaba con mi familia cuando mi  madre me ofreció la oportunidad de abortarlo antes de que creciera más.

No es mala idea, me dijo Susana cuando le conté la propuesta de mi madre y por el otro extremo Richard estaba en silencio. Bajé las escaleras de la casa, mi padre acaba de llegar de la oficina, mi hermano estaba con su novia platicando con mi madre en la sala. Todos me voltearon a ver cuándo les dije que había tomado una decisión. Mi madre quedó estupefacta cuando les informé que tendría al bebe, se paró del sillón, se dirigió hacia mí y con sus ojos fijo en los míos me decía lo incorrecto de la decisión. La sorpresa fue agradable cuando mi padre se sentó en el lugar que había dejado mi madre y aprobó mi decisión. Realmente casi me desmayaba por su respuesta pero fue lo mejor que pude haber escuchado esa noche. Las semanas siguientes las cosas estuvieron un poco tensas con mi madre. Era raro ver como mi padre me apoyaba y ella se rehusaba a entender el cambio de actitud. Un día antes del primer ultrasonido, mi papá nos llamó a todos a la sala. Henry y yo estábamos sentados frente a ellos, lo que nos dijeron nos dejó con la boca abierta. Ellos habían perdido al primer bebe que esperaban, solo pasaron dos meses del embarazo cuando tuvieron un accidente en la carretera.

Al parecer el recordatorio de mi padre colocó a mi mamá con una actitud diferente y tanto fue el cambio de ella que justo cuando salía de la casa rumbo al primer ultrasonido me tomó del brazo lista para acompañarme. Henry y Kat, que se pasaban todo el día juntos en la escuela y casa, nos acompañaron esa mañana. Por la noche estaba contando a mi padre lo emocionante que fue verlo por primera vez. La sensación fue increíble, aunque no podía tocarlo, lo sentía a través de mis emociones. Era una pequeña bolita que crecía sin cesar en mi vientre. Aún se estaba formando dentro de mí pero me enamoré de él. Era magnifico que la vida naciera de esta forma, tan natural, tan milagrosa.

Las semanas pasaban, el resto de mi familia se enteraba del crimen que había cometido pero la reacción fue diferente a la esperada por mis padres. Mi abuela me abrazó y jugó con mi panza que aún estaba brotando, mis tías me felicitaban y todos me apoyaban. La historia del papá quedó suspendida en el aire, perdida en la historia. Era mi bebe y yo.

Lo más extraño en estos primeros meses transcurridos  fue cuando Richard me confesó el amor que sentía por mí. Me quedé anonadada mientras él me tomaba de la mano, quería hacerse responsable del bebe y registrarlo como su hijo. Con la  sangre en la cabeza le dije que no sentía lo mismo pero que podíamos intentar algo más adelante. Cuando reflexione mi respuesta, no entendí porque le había dado una remota posibilidad.

Seguía llegando a la universidad pero ya no al trabajo. A la semana doce fui a un segundo ultrasonido al hospital, esta vez fui sola pues todos estaban en sus deberes. Al llegar, el doctor me saludó con afecto y me preparó para el proceso. Todo iba bien pero mi preocupación nació cuando el rostro del doctor cambió. Sus ojos se postraban en la pantalla analizando lo que veía. Yo no lograba notar algo mal pero no sabía de esas cosas. Al terminar,  me informó que dentro de un mes tendría que regresar a hacerme una ecografía. Cuando le pregunté si había algún problema, el solo me dijo que quería descartar cualquier tipo de deformación pero que eso se realizaba en cualquier embarazo.

Cuando llegué a casa les conté todo a mis padres y estaban de acuerdo con el médico. Ellos también fueron demasiado cuidadosos con los dos procesos del embarazo después de haber perdido al primero. El mes paso lento pero por fin estaba en la cama acostada apunto de realizarme la ecografía. Esta vez mi madre y Henry habían ido conmigo. Después de unos minutos el médico y otro más observaban con detenimiento al bebe. El rostro de ellos era de sorpresa y el encargado de mi embarazo me miró con una mueca de desconcierto. Cuando pregunté lo que ocurría, se acercó a mí, miró a mi madre y hermano. Sus palabras retumbaron en mi mente cuando me dijo que lo sentía mucho,  que mi bebe se desarrollaba con anencefalia.

No entendí lo que quería decir eso pero supuse que era algo malo. Cuando me explicó lo que eso significaba, movió mi mundo. No era como otro síndrome o alguna discapacidad física. No era tratable por el resto de su vida. Era algo más allá de lo que algún día pude saber que existía. La anencefalia es una malformación congénita, me dijo. Un bebé con anencefalia nace sin cuero cabelludo, sin parte del cráneo, sin una parte del hemisferio craneal y sin cerebelo.

En la cama de mi habitación estaba encerrada llorando. El médico me había explicado lo que era la anencefalia pero lo que más recordaba fue cuando dijo que mi bebe moriría después del parto, minutos u horas. Mi madre le explicó todo a mi padre evitándome ese dolor. Días después mis padres hablaban conmigo, me recordaron que había la posibilidad de impedir el embarazo,  detener el sufrimiento al bebe y sobretodo evitar el dolor para mí o algún problema en mi salud

Con todo eso encima me dirigí al hospital buscando explicación de cómo sería el embarazo. Ahí me explicaron a profundidad que el proceso podía seguir en su curso, sin ningún problema. Él bebe nacería como cualquier otro pero tenían que inducir el parto antes de que se rompiera la fuente. Mis padres se tranquilizaron cuando les dije que mi salud no estaba en peligro si decía tenerlo, pero ellos pensaban que la interrupción era lo mejor.

Definitivamente no estaba dispuesta a interrumpir la vida a un ser que tenía derecho de nacer. Estaba convencida que lo poco o mucho que durará en el mundo sería el tiempo que el decidiera. Un día les grité que no era un Dios con derecho de juzgar a una persona y matarlo por el hecho de ser diferente a los demás. Conforme él bebe crecía, había dejado ver su sexo, una hermosa niña crecía en  mí. En las siguientes ecografías veía lo bella que era, su cuerpo crecía normal con la única diferencia que parecía no tener cerebro. Esto me entristecía.

Una noche lluviosa mi madre entró a mi habitación y me encontró llorando. Se acercó  y me abrazó fuertemente. Desde que se enteró de mi embarazo no me abrazaba como hoy lo hacía. Esa noche lluviosa los sentimientos que tenían explotaron, entendí entonces lo que mi madre intentó evitar cuando se enteró de la formación de mi bebe. Ya la amaba como jamás había sentido el amor en mi vida. Tenía una conexión incomparable con la bebe que crecía en mí. Despedirme de ella era lo que evitaba pensar día tras día.

Los meses pasaban y algunos otros médicos nos decían que él bebe no podía sentir muchas cosas a diferencia de otros, pero eso no era obstáculo para que yo le demostrará todo el amor que estaba sintiendo por ella. Creo que el Amor se transmite sin necesidad de que te lo pidan. Richard que desde entonces no se separaba de mí, se volvió más afectivo. En realidad era hacia ella, jugaba conmigo y cada que podía rozaba sus manos en mi panza. A un mes de su nacimiento no me atrevía a llamarla con un nombre. No podía darle uno porque siempre retumbaría en mi mente. Richard me hizo entender que con nombre o no,  un segundo o una hora, ella siempre estaría conmigo.

Ya en el hospital, las enfermeras y los doctores tenían todo preparado para inducir el parto. Mi familia estaba conmigo. Susana y Richard se acercaron a mí y me abrazaron. Richard me colocó un beso en la panza y me sostuvo de la mano por un instante, mis ojos se conectaron a los de él y lo vi llorar por primera vez.

En el quirófano el parto fue inducido, el dolor que sentía era inmenso. Ahora entendía cuando mi madre decía que algún día entendería el dolor de una madre. Mis miedos y llanto no radicaba en el dolor físico, mi miedo y llanto era no verla viva.

Al segundo de terminar, el llanto hizo eco por todo el quirófano, fuerte y lleno de vida. Era extraño escuchar eso porque no esperaba que llorara. El médico me había comentado que muchos niños con anencefalia no lloraban y casi todos no llegaban a alimentarse. Las probabilidades estaban jugando a mi favor.

Samanta había llorado. Ese era el nombre que había escogido para ella después de hablar con Richard. Me doble para verla y pude constatar que el amor de mi vida era la mujer más hermosa que había visto. Su cuerpo era normal, sus brazos y piernas estaban bien pero la parte superior del cráneo a partir de las cejas estaba ausente. Era triste saber y ver que tu bebe no tenía parte de la cabeza.

Habían pasado ya dos minutos y yo podía verla aún con vida. Sus ojos eran hermosos de color miel, se veía tan indefensa e inocente, la tomé entre mis brazos y su llanto se hacía cada vez menos potente. Me encontraba llorando junto a ella, mi sonrisa se combinaba con mi tristeza. Era preciosa.

De repente dejó de mostrar señas de vida. Detuvo el llanto, sus ojos se cerraron y su inmovilidad me aviso que se había ido. Mi cabeza se enterró en su cuerpo mientras la abrazaba fuertemente. Mi madre y Richard entraron al quirófano, se detuvieron en la puerta cuando vieron la imagen que estaba formando junto a Samanta. Ellos sabían que la había perdido.

Al día siguiente, aun con mi estado, acudí al entierro. Familiares, amigos y conocidos estuvieron presente. A pesar de estar rodeada de muestras de cariño, nada era suficiente para evitar el dolor que sentía, era la primera bebe que tenía y no sabía si podía superar su muerte.

En los días siguientes, estaba más unida a Richard, me visitaba todos los días en casa, se había convertido en un apoyo realmente efectivo. Algo que me sirvió de distracción fue la universidad, las inscripciones estaban empezando para el siguiente semestre.


Antes de ir al primer día de clases decidí visitar el panteón donde se encontraba mi hija. Limpié su tumba y coloqué una flor blanca junto a ella. La historia de Samanta había terminado para muchos pero para mí esos minutos fueron la eternidad. No somos nadie para decidir quien vive y quien no, estoy segura que una de mis mejores decisiones fue haberla sentido crecer, verla nacer, escuchar su llanto y ver sus ojos por unos minutos. El físico no es la diferencia si no las barreras mentales que ponemos. Hoy estoy segura que ella sintió todo el amor que tenía en mí. No existe fotos de Samanta, solo el recuerdo en mi mente que siempre me acompañará.

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